Uno de los pasatiempos del hombre es llevar a sus hijos al cine. La última que vieron fue Toy Story 4. Ser padre, para él, está por encima de todo. Participa de los actos escolares, de las entregas de diplomas y de los cumpleaños de los compañeros de sus hijos. Trabaja en un oficio legal, está divorciado, tiene un auto usado y vive en un departamento de tres ambientes. Hasta acá, la historia de un hombre austero y decente al que no le hicieron ni una multa y paga sus impuestos.
Pero desde ahora, se contará el secreto oculto de ese hombre, un secreto que cuida como un tesoro. Más que el tesoro que robó la banda del banco Río de Acassuso, el robo del siglo, ocurrido el 13 de enero de 2006. Este hombre tuvo un rol importante en ese grupo delincuencial. Pero a 14 años del asalto, es como si no hubiese participado. Nunca estuvo imputado, ni fue detenido ni sospechado ni delatado. La causa prescribió. Pero no quiere prensa.
Es por eso que puso condiciones para dar esta nota exclusiva. Sin fotos. Sin dar el nombre. Ni se dirá si fue un encuentro o una videollamada o un mail.
Por la misma razón no se lo puede describir. Ni dar algunas certezas. Pero fue un hampón que ganó chapa en los bajos fondos robando bancos y blindados.
-No pretendo hacerme el misterioso y jactarme de que no fui atrapado. Solo me podían encarcelar con prueba falsa. El peor precio lo pagaron mis compañeros. Las circunstancias se dieron así. En otros hechos caí y no tuve nada que ver. Hasta fui verdugueado por guardias y policías. El perfil bajo es porque quiero seguir teniendo la vida que tengo, llevar a mis hijos a la escuela, pasar tiempo con ellos, trabajar, y ser un tipo normal. El ladrón quedó sepultado. Y nunca mostraré mi cara.
-Me gustaría ir a ver la película con usted…
-Ya la vi. ¿Y para qué querés verla conmigo?
-Para contarlo en una nota.
-Eso tienen los periodistas. Quieren contar todo. Si un periodista robara un banco, lo primero que haría no sería contar la plata, sino contar el hecho.
-O las dos cosas.
-El tema es que la vi y me pareció muy buena. Es un producto de calidad. Mantiene la tensión. Es entretenimiento. Me gustó porque a la adaptación de cine le agregaron una tensión en todo momento y particularmente al final, con un realismo que me causó emociones a mí y a muchas personas que estaban en la sala. Al final fue muy aplaudida.
-¿Usted aparece en la película?
-Hagan de cuenta que yo no estuve en ese ilícito. Ni en ningún lado. Y no me gustaría ser aplaudido. Ni reconocido. Eso es para los artistas.
-En Internet o en los archivos de los diarios no aparecen fotos suyas. Y tampoco su nombre. O si aparece, muy en segundo plano.
-Para ser claro. Lo digo otra vez: al ladrón la fama le juega en contra. Los casos sobran. En mí, además, se da mi forma de ser. Aunque fuera escritor o cantante, no me gustaría la exposición. Por eso nunca di entrevistas. No soy ejemplo de nada. Y esto quizá no sea una entrevista. Pero con los medios a lo sumo hablé en off, sin fotos. Fue por otros hechos. Nunca dando el nombre ni la cara. Esta nota la hago porque insististe, para darte una mano porque sé que les piden primicias. Pero no sé si te va a servir que no me muestre, ni dé el nombre ni cuente cosas jugosas. Capaz que no te creen que soy yo.
-¿Tampoco le puedo pedir una foto con la cara tapada? ¿O de espaldas?
-Te prometo que te voy a hacer llegar algo. No una foto. Pero es algo que me une al robo del siglo.
–Fernando Araujo, el cerebro del golpe, dice que fue una pieza clave en el plan. ¿Cómo se sumó al robo?
-Piezas clave fuimos todos. No me tiro a menos. Cuando Fernando, al que conocía de antes, me contó la idea, me pareció increíble. Me habló del impacto que iba a tener. Yo las había hecho todas, pero esto me resultaba muy atractivo. Era un desafío.
–Según Araujo, costó convencerlo.
-Recuerdo que estábamos en un bar, me contaba por lo que me había llamado y yo miraba la hora a cada rato. “Estar en este robo es encarar una cruzada contra los grupos de Elite con armas de plástico”. Cuando me dio este dato, se me iluminó la cara y dejé de mirar el reloj. También me hablaba de una figura delictiva que dentro de mi conocimiento del delito nunca se había configurado. Era una extraña combinación de robo simple y estafa. Y todo con un aroma a gran golpe. A eso había que sumarle los explosivos truchos, los miguelitos, el cloro que tiramos en la bóveda para destruir el ADN de la transpiración, el pelo falso que dejamos en el lugar. No era un robo exprés, un pum pum pum y me voy a los tiros.
-¿El plan se desarrolló en el atelier donde él vivía?
-En gran parte sí.
-¿Qué recuerda de ese lugar?
-A ver… cómo decirlo… Cuando Fernando me propuso el golpe dudaba si estaba loco. Cuando entré al atelier por primera vez lo comprobé.
-¿Por qué?
-Era un loft grande, muy luminoso, con mesadas amplias y muchas pinturas. Hasta ahí todo bien. De repente, corre un armario vestidor y aparece detrás un indoor de marihuana con un montón de aparatos y conexiones. Parecía un laboratorio de química. Mirá que yo no me drogo, cero vicio eh, pero conozco mucha gente del palo y jamás vi algo así. Luego me muestra un cuadro. Me pide que me mueva y lo siga mirando y la pintura se movía. Es muy difícil de explicar. Tenés que verlo. La cuestión es que en ese preciso momento el panorama que yo me planteo es el siguiente: “Si los más experimentados delincuentes del país me han propuesto hacer robos a los cuales dije que no, ¿por qué estaba a punto de decir que sí, a la locura de un artista plástico que no era del palo y se presentaba como fundamentalista del porro?”.
-¿Qué lo convenció?
-Primero, que era una empresa descabellada… pero descabelladamente genial. Y segundo, porque me engañó.
-¿Cómo fue?
-Cuando me convocó para el robo me dijo que el túnel de tierra ya estaba hecho. El primer día que bajé al desagüe, después de caminar desde el río por más de media hora, llegamos a un determinado lugar y nos detenemos. Mientras iluminaba los chapones del conducto, me dice: “Tengo una mala y una buena. La mala es que el túnel no está hecho”. Me sorprendí. No lo podía creer. Lo miré fijo. “¿Y la buena?”. “La buena es que el día de mañana vas a estar orgulloso de ser el primero en iniciar esta obra”. No se equivocó.
-¿Había algo del plan que lo preocupaba?
–Sabía que por más que laburáramos en todos los detalles, al punto de decirnos con Fer: “Che, de acá, de este banco, nos vamos a ir”, el gran tema era el día después. Saber que podés caer en cana. Debíamos anticiparnos a eso y hasta ser los detectives de nuestro propio robo.
-¿Cuáles son los errores habituales que se cometen en un robo de este tipo?
–Hay que tratar de comprar las herramientas en distintos lugares. Muchos las compran en el mismo local. Varios compañeros cayeron por eso. La Policía va al lugar, ve las cámaras de seguridad y fuiste. Un ladrón siempre debe entrar a un lugar y fijarse dónde están las cámaras de seguridad. Como un actor: hay que saber de dónde te están enfocando. Fue importante estudiar todas las tomas de rehenes del mundo. El caso Ramallo fue un punto de inflexión. Lo teníamos claro: la policía no podía caer en eso a menos que le diéramos motivos. Los grupos de elite pueden entrar si escuchan mucho silencio. Si hay dos minutos de silencio, entran como sea. O si se empiezan a ejecutar rehenes. ¿Sabes cómo detectan quién es el líder?
–No, ni idea.
–Miran los pies de los ladrones. Todos los pies apuntan al líder. Buscan reconocerlo por si tienen que matarlo. Usan hasta balas que no rebotan. No se les mueve un pelo a los tipos, no es un juego. Entre todos debatíamos qué error podíamos cometer, qué se nos podía escapar. Costó mucho llegar al día del robo. Preguntale a Fernando todo lo que tardábamos en romper la pared con la piqueta. Hacer un tramo pequeño nos llevaba más de tres horas. En ese entonces estábamos el Marciano, que nunca podía bajar, Fer y yo. La compra del martillo retropercutor nos salvó. Recuerdo que el primer día que tuvimos el martillo yo no pude bajar y Fer fue solo. Al día siguiente me dijo: “Cuando bajes, no lo vas a poder creer. Hice toda la recámara de abajo”.
-¿Qué opinión tenía del resto de la banda?
–Eran hombres valiosos. A Beto (de la Torre), por ejemplo, vos le decías: Che, nos vamos a tirar al río, ¿venís? Y él venía. Marito (Vitette Sellanes) tenía plata y tiempo. Ponía pilas todo el tiempo. Te comía el hígado. Todos eran muchachos con buenas actitudes, con códigos, nadie iba a dejar tirado a nadie. Ni aun los chicos que no tuvieron una parte importante porque se sumaron tarde o cumplieron otras tareas.
-¿Es cierto que, al principio, habían arreglado que usted sería el negociador ante el Grupo Halcón?
–Sí. Pero cuando llegó Marito Vitette no podía ser otro más que él. Era un encantador de serpientes. Un gran ladrón además. Uno de los mejores. Fue decisivo. Se puso la 10.
-¿A quién se le ocurrió usar armas de juguete?
-Fernando insistió con eso desde un comienzo. Cuando yo entré al equipo ya me dijo lo de las réplicas. Todos le decían que era una locura. A mí filosófica e ideológicamente no usar armas de fuego me cerraba. Tampoco eran armas de juguete, eran réplicas buenísimas que te aseguro que “compra” hasta el más experto en tiro.
-¿Por qué cree que nunca fue detenido por este robo?
–Creo que tuve suerte. Y compañeros de fierro, con códigos.
–Ni siquiera fue nombrado en la delación de Alicia di Tullio.
–No. Esto es así. A veces te meten en cana y sos inocente. Y a veces zafás. Nadie enseña estas cosas. El oficio de ladrón se aprende por tradición, no está escrito. Se transmite boca en boca y con las mañas que uno adquiere a fuerza de errores y años de cárcel.
-¿Cometer un robo como el del siglo hoy es imposible?
-Sería muy difícil. Es un robo irrepetible. Por empezar habría que vencer todos los escollos tecnológicos que al momento de aquel asalto no existían.
-¿Se volvieron a reunir los miembros de la banda?
-No todos. Cada uno siguió su camino. Y yo el mío.
-¿El del robo al banco fue su mejor golpe?
-Sí, pero tuve otros hechos muy buenos y con buenas ganancias.
-No me va a responder, pero le tengo que preguntar del botín.
-Es verdad: no voy a responder. Encontrá a un ladrón que responda eso. Además hay mucha fantasía con esos temas.
-¿Qué mensaje les daría a sus ex compañeros?
-Que mantengan la conducta de siempre, que sean solidarios, que disfruten de la vida y de la familia. Y que no vuelvan a delinquir. Ya pasó esa etapa.
-Ni siquiera llegó a ser prófugo del robo. ¿Cómo hizo?
-Yo ya había hecho un enroque.
-¿Qué quiere decir?
-Nada, dejémoslo ahí. Pero lo repito: solo me podían encarcelar con prueba falsa.
-¿Encontraron cosas raras en las cajas de seguridad?
–Ni droga ni cosas extrañas. Solo una dentadura.
–Le insisto: ¿está retirado del delito?
–Sí, fue el cierre. No más. Ya lo dijo Marx. Así como el filósofo produce ideas, el cura sermones, el profesor teorías, el científico descubrimientos y el poeta poemas, el ladrón produce delitos. Sin ladrones no habría policías, jueces, verdugos, jurados, fiscales, asistentes, secretarios, guardias, cerrajeros, los mecánicos que inventaron los aparatos para torturar. Y en tiempos de tecnología, las alarmas, las cámaras, los guardias privados, la venta de autos para convertirlos en patrulleros. De hecho, Marx decía que el delincuente termina impulsando las fuerzas productivas. Yo ya quedé afuera de todo eso. No produzco más. Quiero ser un hombre sin problemas. Ni fama. Ni líos. Ya dije bastante.
PD: dos días después de este reportaje, el ladrón fantasma del robo del siglo me hizo llegar el plano del desagüe que ilustra esta nota. Y venía con un mensaje: “Este plano lo guardo de recuerdo porque fue lo que me terminó de convencer de participar”.
Fuente: Infobae. Crédito imágenes: Infobae