Pocas cosas pueden inspirar tanta fascinación en el cambio estacional como un árbol de Navidad bien iluminado. Por todo el mundo, las ciudades yerguen enormes árboles con elaboradas decoraciones iluminadas que atraen a multitudes de miles de personas a su alrededor. Esta tradición de iluminar el árbol de Navidad, que hoy vemos sirve de luminoso faro en la época más oscura del año, se ha desarrollado a lo largo de varios siglos.
La utilización ritual más antigua de un árbol de hoja perenne y luces viene de los antiguos paganos, que con esta combinación simbolizaban la vida en la muerte del invierno. Se cree que los cristianos adoptaron la tradición pagana de quemar el leño de Yule —aunque no existen referencias a su uso cristiano antes del siglo XVI y quizás no guardara relación con la práctica pagana— y pronto empezaron a introducir árboles de hoja perenne en los hogares.
En el siglo XVII, los cristianos alemanes combinaban la quema del leño de Yule con el árbol de Navidad, cuyas ramas adornaban con velas, dando comienzo así a la tradición del árbol de Navidad iluminado. Hay una leyenda que atribuye la idea a Martín Lutero, pero la primera referencia documentada de un árbol de Navidad iluminado viene del 1660.
El árbol de Navidad llegó a Estados Unidos con los moravos germanoparlantes que se asentaron en Pensilvania y Carolina del Norte a principios del siglo XIX. Ya en los años 1820, el árbol de Navidad se había popularizado y se menciona en el diario de Matthew Zahm de Lancaster, que vio a sus amigos “en la colina en el aserradero de Kendrick” buscando un buen árbol que poner en su sala de estar.
En 1851, Mark Carr abrió el primer comercio minorista de venta de árboles de Navidad, con árboles que traía desde las montañas de Catskill hasta Washington Market en la Ciudad de Nueva York. Cinco años después, el árbol de Navidad arraigó como tradición estadounidense cuando el presidente Franklin Pierce usó uno para decorar la Casa Blanca para las navidades.
A medida que cada vez más personas introducían el árbol de Navidad en sus hogares, empezaron a percatarse de algunos problemas con el diseño de las velas encendidas. La primera dificultad era asegurar las velas en las ramas. La gente intentaba clavar las velas con agujas, atarlas con alambre o cordel e incluso usar cera derretida como adhesivo. Por desgracia, ninguno de estos métodos parecía funcionar.
En 1878, Frederick Artz inventó una especie de pinza sujetavelas que podía sostener con firmeza una vela en cualquier rama, pero esto únicamente redundaba en otro peligro, que los árboles se habían convertido en peligrosos incendios en potencia. En aquellos días, los árboles solamente se mantenían encendidos durante unos 30 minutos e incluso entonces requerían mucha atención y siempre se mantenían a mano cubos de agua y de arena.
Los incendios accidentales por árboles de Navidad empezaron a ser cosa común y las compañías de seguros terminaron por dejar de pagar por los fuegos originados así. Con la popularidad que tenían los árboles de Navidad, estaba claro que era necesaria una fuente alternativa de iluminación.
En 1882, Edward Johnson, vicepresidente de la empresa eléctrica Edison Electric Light Company, respondió a esta necesidad con el primer árbol de Navidad iluminado con electricidad. Puesto que Johnson vivía en la primera sección de Nueva York con un cableado eléctrico, expuso en su propio hogar el primer árbol decorado con 80 bombillas rojas, blancas y azules conectadas a mano.
Thomas Edison quedó impresionado con la idea y, durante los siguientes 8 años, él y Johnson refinaron las tiras de luz eléctrica hasta que tuvieron un producto comercializable que llamaron “lámparas en miniatura de Edison para árboles de Navidad”. Estas luces nuevas y más seguras tuvieron un éxito arrollador en Estados Unidos después de que el presidente Grover Cleveland las usara en el árbol de la Casa Blanca en 1895. Sin embargo, ya que las luces debían conectarse a mano y necesitaban suministro eléctrico, seguían siendo un gasto prohibitivo para el estadounidense medio.
En 1903, General Electric presentó las primeras luces de Navidad conectadas de fábrica. Seguían siendo muy caras: cada tira costaba 12 dólares, un poco menos que el salario semanal medio de la época. Estos “festones”, según los llamaban, venían con ocho lámparas de vidrio coloreado en miniatura y un enchufe que atornillar a la pared.
General Electric intentó patentar las luces, pero como la tecnología se basaba en un conocimiento común de eléctrica, se le negó. Como consecuencia, surgieron muchos competidores, entre ellos la National Outfit Manufacturers Association (NOMA), que luego se convertiría en la NOMA Electric Company. NOMA dominó la industria de las luces navideñas hasta la década de 1960, cuando la competencia de las importaciones extranjeras llevó a la empresa a la bancarrota.