Esta historia la contó Valdano . Junio de 1996. Marcelo Bielsa tenía 40 años y ni sospechaba que dos temporadas más tarde sería el técnico de la selección argentina . Al ritmo del fixture de la Eurocopa, recorría Inglaterra . Un día cualquiera le preguntó a uno de los héroes de México 86: “Jorge, después de perder un partido, ¿nunca has pensado en matarte?”. No causó gracia, sino perplejidad y hasta cierto escozor porque su tono le daba valor a la opción. ¿Loco? La trayectoria de Bielsa está decorada por algunas situaciones increíbles, a veces absurdas, otras sorprendentes, muchas para reflexionar. ¿Loco? “La única locura que le reconozco es la del exceso de virtudes”, prefiere destacar el propio Valdano.
Varias pintorescas, desde ya. Como la vez que sorprendió a un muy joven Fernando Gamboa y le preguntó qué sería capaz de entregar con tal de ganar el clásico rosarino. El partido se había postergado un día por lluvia y la concentración en el Liceo Militar de Funes se hacía eterna, especialmente para ese entrenador que iba a afrontar en 1990 el primer clásico de su carrera. ¿Qué daría por ganar?, interrogó al zaguero. “Todo, absolutamente todo”, le contestó Gamboa. Pero fue insuficiente para Bielsa, que le demandó más, más y más. Cuando Gamboa ya lo observaba estupefacto, el técnico reveló sus intenciones: “Yo me cortaría un dedo por ganar este clásico”. Al día siguiente, en el Gigante de Arroyito se impuso Newell’s por 4-3 y Rafael, hermano de Bielsa, siempre recuerda que al verlo tras el encuentro, y antes de abrazarlo, no pudo evitar mirarle las manos.
Fue el extenista Gastón Gaudio el que confió un encuentro con Bielsa en el que el técnico le describió las que entendía que eran las claves para la felicidad. Y compartió una vivencia: “Cuando me fui de la selección argentina me encerré en un convento. Me llevé los libros que quería leer, no llevé teléfono, ni tuve televisión. Leo mucho y no creo que nadie lea tanto de fútbol como yo. Pero duré tres meses, porque empecé a hablar y responderme solo. Me estaba volviendo loco de verdad…”
Pero tal vez no haya momento más elocuente que el que protagonizó en Bilbao, luego de la primera temporada en Athletic. Antes del segundo año, Bielsa se preocupó especialmente por la mejora de las instalaciones en el complejo de Lezama. En vacaciones, telefoneaba desde Argentina para mantenerse al tanto del avance las obras. Al volver no encontró lo prometido. Y se lo recriminó al ingeniero de la obra, lo reprobó de manera muy vehemente. Tanto, que de inmediato acudió a una comisaría de la Ertzaintza para autodenunciarse. “Me parece una estafa, un robo. El trabajo no es que no se terminara, sino que se hizo mal sabiendo que se hacía mal. Eso me indignó. Ofendí a la persona encargada y tiene derecho a reclamar el trato que yo le di. Actué como un salvaje.”
Cuando Bielsa llegó a Leeds, preguntó cuántas horas debía trabajar un hincha para poder pagar una entrada en Elland Road, el estadio de su nueva excursión. Hizo cuenta y entendió que eran tres. Entonces juntó a sus jugadores y durante tres horas les indicó que juntaran desperdicios en los alrededores del campo deportivo, con la intención de que valoraran el esfuerzo de sus seguidores para ir a verlos.
En 1992, traer perder Newell’s por 6 a 0 con San Lorenzo en la Copa Libertadores, un grupo de barrabravas se plantó en la puerta de la casa de Bielsa para increparlo. Poco duró el apriete porque el entrenador los espantó con una granada en la mano. O algo parecido., pero mejor creerle. “¿Está tan loco el míster como dicen?”, le preguntaron cierta vez al volante vasco Iker Muniain, mientras Bielsa revolucionaba Bilbao. Solo tenía 19 años Muniain, pero igual se atrevió a la confidencia: “¡Más de lo que se dice!”, respondió. Sorprendentemente…, loco.