Como ocurre con algunos patriotas que actuaron en los convulsionados días que siguieron a la Revolución de Mayo y posteriormente a la Declaratoria de la Independencia, nombramos hoy a don Francisco Narciso de Laprida, de gran actuación en aquellos tiempos difíciles por los que atravesaba nuestro país acorralado por una España empeñada en la recuperación de sus colonias, a las que se agregaban las luchas intestinas protagonizadas por dos facciones principales que tenían distintas maneras de ver el futuro del país.
Si los próceres vieran la situación en la que nos encontramos hoy, donde la vocación de patria y de servicio a ella se desvirtúan en la consecución de espurios intereses personales, de poder, de obscenas corrupciones, en desmedro de ese ensueño de ver una patria pujante, donde los derechos de los ciudadanos no se vieran conculcados a cada instante, verbigracia, la destitución de jueces probos, el avasallamiento a la justicia y a la Corte Nacional que no atina todavía a dar una respuesta clara a las fermentaciones políticas que los aprisionan. Pensarían dos veces antes de dar muerte a sus vidas y a sus ilusiones de engrandecimiento de un país, donde sus descendientes pudieran decir con la frente alta: ¡Viva la Patria!
Francisco Narciso de Laprida fue uno de esos héroes que el reconocimiento público no termina de honrarlo como se merece.
Oriundo del país profundo, sus raíces se remontan a una provincia que por entonces se nombraba como San Juan de la Frontera, en el seno de una tradicional familia conformada por don José Ventura Laprida, comerciante y asturiano él, y una dama principal de la sociedad colonial del país, doña María Ignacia Sánchez de Loria.
Conformó su hogar con doña Micaela Sánchez de Loria y fue antepasado de otro grande argentino: Jorge Luis Borges.
Nació un 27 de octubre de 1786 y murió un 22 de septiembre de 1829. La educación en lo que se refiere a las primeras letras, las realizó en la ciudad de su nacimiento, para luego partir con su familia a la ciudad de Buenos Aires y continuar su preparación intelectual en el Real Colegio de San Carlos, hoy Colegio Nacional de la ciudad.
Por esos azares del destino la familia Laprida se radicaría en el vecino país de Chile donde el joven Francisco Narciso continuaría sus estudios en la Universidad de San Felipe. En aquella Universidad se graduaría de licenciado en leyes, para luego obtener su doctorado en la misma disciplina en el año 1810, y fue allí donde se inició en la masonería como tantos otros preclaros patriotas lo hicieran. Es ese año se consolidaría el gobierno trasandino con el que colaboró como verdadero patriota.
Los manuales escolares y la historiografía diaria lo recuerdan solamente como Presidente del Congreso de 1816 en Tucumán, sin considerar en el mismo plano de méritos sus otras labores e inquietudes patrióticas que enmarcaron de heroísmo su acontecer cotidiano por la prosperidad de una joven república.
Dentro de los cargos públicos desempeñados se encuentra el de síndico procurador del cabildo de San Juan, fue asimismo gobernador reemplazante de su amigo De la Rosa, y como ejemplo de su valor como persona, rescatamos el acontecimiento, cuando su amigo gobernador, por circunstancias ajenas a este trabajo fuera condenado a muerte, entonces Laprida, vestido de sacerdote entró en su celda ofreciéndole un intercambio de papeles a fin de salvarlo, circunstancia ésta que no fue aceptada.
Participó junto a San Marín en la creación del Ejército de Los Andes, integrado por contingentes cuyanos y chilenos emigrados luego de la batalla de Rancagua. También fue memorable la oposición realizada al designado teniente de gobernador Saturnino Sarassa nombrado por el Primer Triunvirato. Encabezó una revuelta por el sólo hecho de no admitir autoridades nombradas desde Buenos Aires. Sarassa combatiría luego con el grado de Capitán en el Paraguay bajo las órdenes de Manuel Belgrano.
Cuando el Triunvirato envió circulares a los cabildos de las provincias, San Juan que en aquel entonces contaba con veintidós mil habitantes se vio obligado a nombrar dos representantes al Congreso. Francisco fue nombrado en segundo término, correspondiendo el primero a Fray Justo Santa María de Oro, prior vitalicio de la Recoleta Dominica de Santiago de Chile.
Al ser nombrado presidente del Congreso de 1816 le correspondió hacer a los presentes la siguiente pregunta:
“¿Queréis que las provincias de la Unión sean libres e independientes de los reyes de España y su metrópoli? Naturalmente que la respuesta fue calurosamente afirmativa, entonces anunció: “¡Queda entonces declarada la independencia de las Provincias Unidas!
El vicepresidente del Congreso fue el salteño Mariano Boedo. Este Congreso fue trasladado a Buenos Aires, y dos años después fue aprobada la Constitución de tendencia unitaria. El Congreso cesó en sus funciones al vencer la Liga Federal a Buenos Aires, que se había separado de la Confederación, en la batalla de Cepeda.
Luego nuestro biografiado regresó a San Juan, donde ejerció el cargo de Gobernador, pero en el año 1827, ante el temor de ser perseguido por Facundo Quiroga que había invadido la provincia, se radica en Mendoza, que fue el prolegómeno de su muerte, pues a pesar de haber ejercido allí tranquilamente su profesión, los acontecimientos se fueron precipitando cuando en 1829 el general Paz derrota a Bustos en San Roque y a Quiroga en Córdoba.
Las circunstancias posteriores llevaron a los unitarios mendocinos a unirse para enfrentar al caudillo Aldao, que venció a los unitarios en la batalla del Pilar. Como consecuencia, las tropas unitarias se dispersaron desordenadamente y una de las partidas encontró al joven Laprida que contaba con sólo 43 años.
Existen dos versiones conocidas acerca de su muerte, la primera de ellas es que fue enterrado vivo sobresaliendo únicamente su cabeza, y haciendo pasar los caballos encima de él, y la otra, que al ser apresado fue lanceado, para posteriormente ser pasado a degüello. Su cuerpo no pudo ser reconocido.
Incluso se da cuenta de la existencia de una tercera versión, y esta es, que Laprida al ser muerto fue llevado al cabildo de Mendoza donde fue identificado por su ropa, por el entonces Juez de Crimen doctor Gregorio Ortiz.
Si la orgullosa estatua que lo conmemora pudiera escuchar el murmullo silencioso que trasunta la infinita caricia de la patria, vería envuelta en vapores celestes y blancos la esperanza de una todavía fementida grandeza nacional.