Conseguir objetivos deportivos (triunfos, figuración en torneos, títulos) es parte, desde luego, de la formación de los juveniles, desarrolla su competitividad. Pero no es lo único ni lo principal en etapas formativas. Se resume que a quienes entrenan divisiones menores más debería evaluárselos por en qué cantidad y cómo llegan preparados los pibes a la elite. Hay allí otro trabajo intangible, no mensurable por tablas y estadísticas, que atañe a la formación de las personas, y tanto vale para los pocos que podrán vivir del fútbol cuanto para los miles que se quedan por el camino.
El Sub 17 de Pablo Aimar tiene hoy una chance de quedar ya clasificado para el Mundial de la categoría, objetivo de máxima después de haber logrado el primero. El pase a este hexagonal se había puesto muy cuesta arriba. Después habrá otro, que es la posibilidad de ganar este Sudamericano. Uno logrado, uno cerca, otro posible (van primeros), no son esas metas lo que invitamos a mirar ahora sino la vía por la que se está transitando.
Con Aimar, uno de los discípulos dilectos de aquel maestro, sobrevuela a los juveniles de Argentina el espíritu de José Pekerman, responsable de la era más fructífera de las selecciones menores. Por cómo buscó y eligió, por cómo los fue llevando a ser competentes para la mayor, y por la consecuencia que mantuvo con una manera de entender el juego y los valores que les transmitió para que los acompañen siempre.
Los chicos, dice ahora Aimar, son futbolistas por un par de horas, y son personas todo el tiempo. De eso se ocupa: de prepararlos para ser mejores jugadores y mejores personas. En el revoleo de nombres para el cuerpo técnico mayor, Aimar fue tentado para subir en la escala, pero eligió trabajar con los chicos en esta etapa, mientras él mismo aprende en su rol de entrenador. Le está dando vida al espíritu de su mentor.
Fuente: Olé