En la primera línea de batalla. Así está todos los días José Castro González, un médico sanjuanino de 31 años que transita su última etapa de la residencia en terapia intensiva. En los próximos días le pone el broche final a toda su formación académica para salvar vidas, aunque la tarea será aún más extenuante de lo que viene siendo para él.
La terapia intensiva es clave para José. El profesional trabaja en el área crítica que el Hospital Guillermo Rawson previó para recibir a los sanjuaninos que lleguen con un cuadro severo producto del Covid-19. Allí pasa la mayor parte de su tiempo, para ser exacto, de lunes a sábado de 8 a 17 sumada a las seis guardias mensuales.
Su tarea es esencial. Mientras afuera, con temor por la enfermedad y algunas restricciones, la gente realiza sus actividades normales escuchando los sonidos que la propia ciudad genera, él con un grupo de compañeros se calzan el traje de héroes y salen a dar batalla. Sin capa ni espada, pero con un atuendo impenetrable por el coronavirus, a cada minuto se bate a duelo entre la vida y la muerte de sus pacientes.
Pese a saber lo que el virus genera, él no tiene miedo. Su trabajo lo toma como un desafío. Prácticamente no duerme pesando en que el mundo encuentre una cura, aunque su labor sea emplear ahora todos los medios existentes para evitar los decesos. Sin embargo, entiende que es una enfermedad “muy grave” y nadie está exento, menos los que conforman los grupos de riesgo.
El sanjuanino tuvo un pasado signado por la terapia intensiva. Cuando su mamá Liliana transitaba el séptimo mes de su embarazo, tuvo un accidente en moto que la dejó internada en grave estado. José comentó que casi su madre perdió una pierna y que él nació “de casualidad”.
Este hecho lo marcó. Con seis años y viendo las secuelas que le habían quedado a su mamá decidió apostar por la medicina. Leía libros, veía los recetarios de los medicamentos que Liliana consumía y hasta la acompañaba a los sanatorios para escuchar los diagnósticos.
Una vez que egresó del secundario averiguó y comenzó a estudiar en la Universidad Católica de Cuyo. Terminó de cursar y hace cuatro años que realiza esta especialización en la parte crítica. No se cree “botón”, pero reconoce que todo lo hizo como “mucho esfuerzo”. En el camino conoció a su esposa, Belén, quien también es médica.
El término de “salvar vidas” está anclado en las charlas familiares que mantienen en su Santa Lucía natal. Su hermano, de 28 años, es kinesiólogo y por la pandemia su tarea también cobró preponderancia. Sin embargo y tal como Sócrates heredó la técnica de su madre enfermera para dar a luz los conocimientos, el proceso de acompañamiento a los pacientes lo aprendió de Liliana y José, sus padres, que son docentes. En ellos se refleja constantemente a la hora de tomar algunos aprendizajes para sobrellevar su día a día.
José dijo que la terapia intensiva es un mundo aparte. “Es algo distinto. Cuando salís a la calle ves que la gente está haciendo una rutina normal, mientras que los pacientes que están internados tienen un único objetivo: luchar por su vida”, expresó.
Él es consciente de lo que sucede, pero trata de enfocarse en su tarea y ser objetivo para no perder el rigor científico. “Me lo tomo como un desafío y esto nos une como médicos para descubrir cómo tratar esta enfermedad”, afirmó.
Es tan grande el amor que José siente por su profesión y las ganas de salvar vidas, que sueña con poder contarles a sus hijos el día de mañana que él fue parte de la primera línea de batalla que pudo frenar el avance del coronavirus en San Juan.
Fuente: Diario Huarpe