Lali se prendió fuego mientras preparaba el desayuno, su físico y su vida cambió radicalmente, pero ella se convirtió en un ejemplo de resiliencia.
“Ahora me siento segura de la mujer que soy, me gusto, me acepto y no hay un día en que no me despierte bien. El tatuaje es un medio, la que sanó fui yo”, le cuenta Lali Juárez a Infobae.
Los aprendizajes tienen recorridos inesperados y Lali vivió uno de ellos hasta llegar a los tatuajes sanadores. “Una década después, puedo decir que no, ya no deseo volver el tiempo atrás. No pienses que estoy loca, es que yo era una tarada, era muy superficial, y el accidente me hizo aprender mucho”.
Yo iba al secundario cuando me prendí fuego y pasar de ser una de las ‘divinas’ a verme como un monstruo fue terrible
Lali tiene 28 años y está por recibirse de Licenciada en Criminalística, pero su vida cambió hace diez años. Estaba en su casa, de vacaciones y una mañana se levantó “fui a la cocina a hacerme un té. Tenía puesto un camisón de tiritas y, como estaba fresco, me puse un saco encima, de esos de entrecasa, puro nylon. Fue un segundo: prendí la hornalla y al instante siguiente estaba corriendo por el patio, gritando, con el saco todavía puesto y prendida fuego”.
El fuego había subido por la manga derecha, se había expandido por el pecho y el cuello y Lali había hecho lo contrario de lo que se recomienda: “Correr. Si yo hubiera rodado por el piso, si hubiera logrado taparme y aplastar el fuego con una manta, tal vez me habría quemado menos. Pero no lo sabía, y cuando corrí le dí el oxígeno que el fuego necesitaba para crecer”.
Cuando sintió el calor cerca de la cara, corrió a la ducha y abrió la canilla de agua caliente. “Me arranqué el saco y empecé a sangrar. Yo no pensé que era tan grave porque enseguida sentí el alivio del agua sobre el cuerpo. Me empecé a relajar tanto que me dí cuenta de que me estaba por quedar dormida. La explicación de mi cirujano es que, cuando sentí el calor en la cara, ya había empezado a inhalar monóxido de carbono”.
Era 2010, sus padres no usaban teléfonos celulares, así que Lali se envolvió en una toalla, salió del agua y atinó a llamar a la casa de una amiga. Atendió la mamá y ella gritó: “¡Me quemé!”. “Se vino para mi casa enseguida, se asustó mucho. Dice que le abrí la puerta en toallón, le dije ‘mirá lo que me pasó’ y ella empezó a gritar. Yo todavía no sentía mucho dolor así que cerré todo, le di la llave, me subí al auto y a partir de ahí no me acuerdo de más nada”.
Lali despertó una semana después en una habitación blanca -”sola, encerrada”- de la clínica del Buen Pastor, en Lomas del Mirador. “Mirá lo estúpida que era yo en ese entonces que una de las primeras cosas que pregunté era si se me habían quemado las extensiones”, sonríe ahora incrédula, y se distancia. “Me habían inducido al coma para que soportara el dolor y, aunque ya estaba despierta, no podía mover los brazos. Entonces no me había tocado la cabeza y no sabía que estaba pelada”.
Tenía el 30% del cuerpo afectado, gran parte con quemaduras de tercer grado, es decir, las que afectan las capas más profundas de la piel. “Me fueron contando de a poco lo que me había pasado. Yo no sé si no caía o me hacía la boluda para no morirme de tristeza”, recuerda.
Estuvo un mes en terapia intensiva, aislada para evitar infecciones. Entró al quirófano 33 veces, todas con anestesia general, todas las que hicieron falta para extraerle parches de piel sana y trasplantarlos a las zonas quemadas. Cuando salió de terapia, pasó dos meses más internada en sala común.
“Pasé mucho tiempo sin verme en un espejo, ni siquiera en un reflejo. Pero un día, cuando ya no estaba en terapia, empezaron a tratar de que me levantara de la cama”. Lali se levantó con ayuda para intentar bañarse sola y fue ahí que se vio por primera vez. Dice que sus gritos se escucharon por toda la clínica, que le dijo a los enfermeros y a su mamá que nunca les iba a perdonar lo que le habían hecho en el pelo.
El tatuaje
Hace un año y medio, Lali estaba con su amiga y la madre de su amiga (la misma que la llevó al hospital) mirando fotos en Instagram. Entre todas apareció una de Candelaria Tinelli, que tiene gran parte de la piel cubierta con tatuajes, inclusive la del pecho, la del cuello y la de los brazos. Las tres se miraron y pensaron por primera vez en un tatuaje. La amiga de Lali, además, se paró, buscó un fibrón negro y dibujó una flor naciendo de uno de los brazos quemados.
En la búsqueda que siguió encontró una campaña llamada “tatuajes sanadores”, un proyecto del estudio Mandinga Tattoo a través del cual tatúan a personas que sufrieron accidentes, quemaduras graves e incluso a mujeres sobrevivientes de cáncer de mamas que perdieron sus pezones en mastectomías. Lali empezó a tatuarse con Eddie, que se atrevió a trabajar sobre sus cicatrices.
“Siempre me preguntan cómo me animé a exponerme de nuevo al dolor tatuándome sobre la piel quemada. Hay zonas en las que no tengo sensibilidad, otras en las que tengo la normal, y otras que son súper sensibles. Pero la verdad es que el dolor que sentí en las horas que tardan en hacerte un tatuaje no es nada comparado con el que sentí al no poder mirarme al espejo durante 10 años”. Desde su cuenta de Instagram, donde tiene más de 80.000 seguidores, Lali intenta ayudar a otras personas que hayan sufrido accidentes como el de ella.
No es -sostiene- una forma de ocultar lo que le pasó: “No, mis cicatrices siguen estando. El tatuaje no es una forma de ocultarlas sino de embellecerlas”, se despide. “Las cicatrices son el recordatorio de ‘esto sí pasó’ y creo que fue algo bueno, porque sino nunca hubiera sido la persona que soy ahora. A mí nada me alcanzaba, podía parecer divina antes del accidente pero no me sentía así. Ahora me siento segura de la mujer que soy, me gusto, me acepto y no hay un día en que no me despierte bien. El tatuaje es un medio, la que sanó fui yo”.