Murió mi ahijada y no me pude despedir de ella

La vida es efímera. Todo pasa. Todo es volátil. Lo único seguro que tenemos después de nacer es morir.

Mi primer ahijada. A la vuelta de mi casa había un peluquero donde mi mamá me llevaba desde pequeño, tenía un sillón grande de cuero y enfrente un mueble de madera muy bonito, con espejos gigantes y sobre un almohadón me sentaban para quedar a la altura de sus manos. 

Mi mamá siempre pedía para mí el “corte militar”, bien bajo a los costados, cortado con esas máquinas manuales que a veces tiraban el pelo. Arriba con tijera y la partidura a la izquierda. El talco al final era ineludible, era el toque mágico. Eso me hacía sentir un poco más grande, ¡un hombre! Ese peluquero tenía unos bigotes gigantes-como su corazón-que le quedaban a la perfección con sus anteojos de marco grueso.

Mientras crecía me convertí en un asiduo cliente. Mi mamá, mis hermanos y yo, entablamos una linda relación de amistad con él y su esposa; una mujer angelada, callada, pero expresiva, con una bondad que se notaba desde lejos. Compartimos muchos momentos, entre cumpleaños y visitas. Cortes de pelo y mates.

Escuché muchas de sus historias, pero nunca me olvido que en cada una, su mujer siempre fue su complemento, su equipo, su otra mitad. Recuerdo escucharlo contar cómo construyó su casa, ladrillo por ladrillo, mientras su mujer le pasaba los baldes con cemento. Fueron las primeras veces que entendí de ese equipo perfecto entre un hombre y una mujer que el amor une y que nada, ni nadie puede interponerse. Ni siquiera la muerte.

Un día ese señor y su esposa cumplían años de casados, pero no lo habían hecho por la Iglesia Católica y mi mamá les dijo que sería lindo celebrar el aniversario con la bendición de Dios y se casaron el 8 de enero de 2005 en la Parroquia Cristo Rey de Caucete y con sus hijos de testigos. ¡Fue un momento hermoso! Pero antes del casamiento, la “novia” nos contó que le faltaban algunos sacramentos y debía recibirlos para poder casarse. Entonces ahí me convertí en padrino con mis 18 años de esa amorosa mujer de 68 años y la madrina fue mi mamá Emilia.

En el bautismo, que celebró el sacerdote Marcelo Alcallaga.

No solo celebramos el casamiento, sino también el bautismo. Fue uno de los momentos más bonitos que viví, yo que con mis 18 años andaba madurando, entendiendo la vida. Fue una gran lección de lo que es el amor, de lo que veía en ellos y en la familia que habían formado y tanto que los amaban, que celebraron ese amor.

Un año después, a sus 77 años, en el 2006, él partió dejando hermosos recuerdos en quienes compartimos algunos momentos de la vida.

Con los años recién comprendí esa responsabilidad que significaba “ser padrino”. A mi ahijada la veía esporádicamente. El cariño era el mismo siempre, su sonrisa seguía siendo tan dulce y precavida. Me preguntaba siempre de mi mamá y muchas veces le prometí una visita que jamás le hice.

En los últimos tiempos ella era mi seguidora de Facebook, siempre comentaba mis publicaciones y me brindaba su cariño; poniendo algún emoticón de corazones cuando publicaba algo. Yo le devolvía sus comentarios. Y justamente por Facebook me enteré que había fallecido a los 88 años y sentí un dolor enorme en mi corazón, no solo por su partida, sino por no haber podido cumplir mis promesas de ir a visitarla.

Estuve estos días pensando mucho sobre cuántas veces ponemos las prioridades en donde no tienen que estar, en personas que nos traicionan, que son desagradecidas, que no se merecen nuestra amistad; en correr de un lado al otro por un proyecto, por alguien, por nosotros mismos, por eso que llamamos presente o futuro, pero siempre en lo superfluo.

La vida es efímera. La esperanza de vida en nuestro país es de 76 años, que significa 3.552 semanas, que muchas veces desperdiciamos en cosas inútiles. Este momento me enseñó más de lo que esperaba. Todo pasa. Todo es volátil. Lo único seguro que tenemos después de nacer es morir. Por eso no debemos distraernos en lo que no merece de nuestro tiempo, capacidad o amor. Hay que priorizar y evaluar constantemente qué es lo importante en nuestra vida. ¡Gracias Domingo Nieves Ávila y Encarnación Cabañes por haber sido parte de mi vida y por enseñarme, que más allá de la muerte, lo importante que es la vida!

En memoría de Domingo Nieves Ávila y Encarnación Cabañes, mi primer ahijada.

 

*El autor es Wilfredo Romero, periodista, editor del diario digital Infocaucete.

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