Profesiones insólitas: cómo es trabajar de detective privado en la Argentina

Todos saben cómo trabajan un médico, una abogada o un psicólogo. Pero pocos conocen cómo es un día en la vida de un detective privado. Es la profesión que es el misterio en sí mismo, casi mitológica. Existen, son unos 15 que manejan agencias en todo el país (al menos públicamente) y cobran desde $2000 por hora para seguir a una persona.

Las tareas que realizan incluyen averiguar infidelidades, paraderos de personas y, más recientemente, actividades de hijos adolescentes, como para asegurarse de que no tengan «malas influencias».

Todo empieza con una sospecha. Luego, sigue el llamado o, más recientemente, el mensajito vía WhatsApp. Más adelante, el arreglo del presupuesto porque, claro, cada caso es distinto. Algunos seguimientos necesitan del traslado del detective a otra ciudad o el trabajo en horarios exóticos.

Los buscadores online ayudaron mucho al negocio: los clientes, que antes llegaban por el boca en boca, ahora son seducidos con enlaces, palabras clave y títulos gancheros en un blog de marketing de contenidos.

Escuela para detectives

Los lectores de las Correrías de Patoruzito lo recordarán. Diagonal Norte 825, piso 10. A esa dirección había que enviar los datos para solicitar un folleto gratis de la Primera Escuela Argentina de Detectives (PEAD, para los exalumnos que hoy se congregan en un grupo de Facebook).

Su creador, Máximo Dabbah, comenzó a dar clases en 1953. Dicen que «entrenó» a más de 20.000 detectives, a los que les daba un carnet con su firma en puño y letra. Tuvo estudiantes de países vecinos como Paraguay y Perú. El instituto cerró en los ’90, cuando murió su creador.

La formación era a distancia: la escuela enviaba 10 fascículos a los domicilios de los interesados y, para recibirse, los alumnos tenían que escribir un cuento policial con un caso y su resolución, recuerda un exalumno.

Algunos siguieron ejerciendo desde su formación en la escuela; otros, directamente se retiraron de las Fuerzas Armadas o las Fuerzas de Seguridad de la que formaban parte y se pasaron al sector privado, con algún que otro conocimiento más. La mayoría de ese último grupo son expolicías. En la Argentina no hay escuelas oficiales que enseñen a ser detective, porque es una profesión que está en un gris legal.

En países como España o Brasil, donde la actividad está regulada y hay hasta asociaciones que congregan a los detectives privados, existen varias instituciones que forman profesionales en este sector. Una de ellas, por ejemplo, es la histórica Universidad de Salamanca, que ofrece un diploma de extensión universitaria en detective privado que se puede estudiar de manera presencial o a distancia.

Para formar las agencias, quienes las lideran no se pueden valer de portales de empleo o de consultoras para encontrar talento. El de los detectives es un círculo cerrado en el que pesa mucho la confianza en los colaboradores, por lo que los candidatos se eligen de manera artesanal. En los últimos meses, admiten, algunos recibieron solicitudes de trabajadores venezolanos (exguardias de seguridad, por ejemplo) que buscan oportunidades en el país.

«Desde hace años trabajo con la misma gente y sé dónde ubicarla. Es un círculo cerrado: no incorporamos personal desconocido, porque todo se centra en la confianza que yo tengo en mis colaboradores y en saber que si yo no puedo estar, el trabajo lo van a hacer como corresponde», resume Antonio Britez, de Britez & Asociados, que tiene oficinas en Buenos Aires y Porto Alegre (Brasil).

Una profesión llena de secretos

La ley 12.297, sancionada a fines de los ’90 por el cuerpo legislativo bonaerense, regula la actividad en la provincia. La tarea que pueden realizar los detectives privados es la «obtención de evidencias en cuestiones civiles o para incriminar o desincriminar a una persona siempre que exista una persecución penal en el ámbito de la justicia por la comisión de un delito y tales servicios sean contratados en virtud de interés legítimo en el proceso penal». En la Ciudad de Buenos Aires, su actividad no está prohibida ni regulada.

Las películas y las series, más que darle glamour a la profesión, la llenaron de imprecisiones, dicen los que trabajan de esto. Las escenas en las que se ve a detectives violando domicilios o, más recientemente, hackeando celulares, son improbables en la realidad, porque son ilegales.

Los métodos que sí son propios de los detectives privados, explica Jack Caitak, de detectivesargentinos.com, son el seguimiento físico y la grabación con cámaras ocultas. Para instalar cámaras o micrófonos, se debe tener autorización del dueño de la propiedad, detalla.

Con respecto a las herramientas que utiliza, Caitak señala que «desde el cambio de Gobierno» en 2015 «hay de todo». «Lo más nuevo lo tenés que traer de afuera. Ya todo el mundo vio una cámara oculta en forma de lapicera, pero yo tengo botones, botellas de agua, latas de gaseosa, cinturones, gorras y corbatas», dice.

También utiliza camionetas acondicionadas con cámaras en las ventanas y chips para seguir mercadería y así evitar posibles robos. «Hay más tecnología falsa que existente. Muchos clientes me dicen que leyeron que hay una app para hackear el WhatsApp, por ejemplo, y eso no es así. Hay mucha fantasía: el trabajo nuestro es más artesanal, cuenta mucho ser intuitivo», resalta.

«La gente me pide que escuche líneas de teléfono, pero eso es ilegal. Nos solicita que instalemos microcámaras dentro de oficinas o de autos, y eso es imposible: yo tengo que tener permiso para ingresar a una propiedad. Tampoco puedo espiar dentro de una computadora ajena: todos esos son delitos», detalla.

Para que la información que obtiene, por ejemplo, con cámaras ocultas sea utilizada en juicios, es necesario validarlo con un escribano. Para eso, hay dos métodos: o él mismo se acerca a la oficina de un escribano y relata lo que vio o el profesional se acerca con él a recabar las pruebas, indica Caitak.

QUÉ HACE FALTA PARA SER DETECTIVE: EL KIT PARA ESPIAR

Chip de monitoreo: TRACKING FÁCIL

Una de las ramas donde más se da la «infidelidad laboral» es en la logística, coinciden los consultados. Para investigarlos, se colocan chips casi imperceptibles en la mercadería para saber si es entregada o si hay intercambios indebidos.

Lapicera-cámara: TODO GRABADO

La cámara escondida en la lapicera es la versión más típica, pero también las hay en latas de gaseosa, corbatas y gorros. Permiten recolectar pruebas grabadas sin levantar sospechas. Se utiliza también en las misiones como mystery shoppers.

Camioneta equipada: SEGUIMIENTO

El seguimiento es un trabajo artesanal y requiere mucha atención de varias personas. Para evitar la labor manual, muchas veces los detectives dejan estacionados estos vehículos equipados con cámaras y captan imágenes durante la noche, por ejemplo.

Los casos para resolver

La diversificación de la tarea del detective privado se acentuó en los últimos años. Caitak trabajó como mystery shopper para grandes cadenas gastronómicas: realizó cámaras ocultas para estudiar el comportamiento y la presentación de los empleados. Britez busca los rastros de los inmigrantes europeos en la Argentina. «Fabián», de detectivesdellitoral.com, sigue a adolescentes en sus salidas nocturnas para ver si se involucran en actividades que podrían lastimarlos y para conocer si tienen «malas influencias».

Caitak relata el caso más insólito que «resolvió». Una señora que criaba canarios de competición lo contactó porque uno de sus pájaros, un campeón, había desaparecido. Como encontró una pluma debajo de la puerta de su casa, sospechaba que lo habían secuestrado. Le pidió al detective que hiciera una vigilancia de su hogar para saber quién había raptado a su animal.

Luego de una semana, Caitak no consiguió pruebas. La señora le pidió que trabajara una semana más. Mientras se retiraba del domicilio de su clienta, se acercó la pareja de ella: le pidió por favor que no siguiera adelante con su investigación y le confesó que, en realidad, el canario había fallecido cuando lo sacó de la jaula unos minutos. Lo había comido un gato. El hombre no se animaba a confesárselo a su compañera, y todo desembocó en una confusión que finalmente se resolvió puertas adentro.

¿Hay riesgo en la profesión? Para Caitak, no: prefiere dar su nombre real y asegura que su actividad no genera ningún daño ni ninguna situación propicia a la violencia. «Vengo de una carrera militar y, cuanto más riesgo veo, más me apasiono -admite «Fabián»-. Quizás puede existir peligro, pero uno siempre vive en peligro y es parte de la vida».

Fuente: La Nación

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