Sacerdote abusó de un joven que quería ser cura

La localidad pampeana de Intendente Alvear vive momentos de conmoción luego de que un joven entrerriano, ahora de 24 años, denunció públicamente al titular del convento de la Inmaculada Concepción por abuso sexual. Se trata del párroco José Miguel Padilla. Los hechos habrían sucedido hace cinco años cuando el muchacho ingresó al establecimiento católico para iniciarse en la vida religiosa. Podría haber más casos.

Una gravísima denuncia por abuso sexual pesa sobre la congregación de los Frailes Capuchinos Recoletos, quienes arribaron a la localidad pampeana en año 2004 por pedido del entonces obispo Rinaldo Fidel Brédice para administrar la parroquia y convento de la Inmaculada Concepción, y el Colegio Secundario Nuestra Señora de Luján.

Vicente Suárez Wollert, un joven entrerriano de 24 años, publicó en su cuenta personal de Twitter y posteriormente en los medios de su provincia el martirio del que fue víctima y apuntó directamente contra el sacerdote quien era en ese momento encargado de dirigir el convento, al cual había arribado con la intención de hacerse monje a sus 19 años.

Según contó en las redes sociales y luego en una entrevista con Radio Costa Paraná 88.1, cuyas declaraciones fueron reproducidas por el sitio Entreriosahora.com, el superior abusó sexualmente de él en varias oportunidades. Acusó, además, que se comunicó en ese momento con el obispo para denunciar las atrocidades que vivió pero que «nunca lo escucharon».

Tal como contó el propio joven, él arribó al convento con 19 años con la intención de buscar una vida ligada a Dios. Dejó atrás su familia y sus amigos, en la localidad de Santa Elena, Entre Ríos, tomó el voto de la pobreza y comenzó una nueva vida en la institución religiosa.

A solo tres meses de haber ingresado, el calvario comenzó. Según el relato de Suárez Wollert, un día el padre fundador pidió que fuera a su habitación para medirle la presión arterial y ponerle crema en un tobillo, lastimado producto de una caída. Eso hizo: fue a su habitación, le midió la presión, le aplicó la pomada en el tobillo, y en ese momento tuvo lugar el primer episodio.

«»Primero dijo una serie de incoherencias, que uno tiene que compartir el alma. Esa frase siempre la decía para justificar las groserías que decía o cuando se propasaba. Hasta ahí no había contacto físico. Me empecé a ponerme nervioso», contó el joven sobre ese momento.

Sin embargo, Suárez Wollert afirmó que esa no fue la única vez que sucedió, sino que los abusos continuaron hasta el momento que él tuvo fuerzas para abandonar el convento y regresar a Entre Ríos. «Por las noches, debía continuar las visitas a la habitación del cura. A la otra noche fui con la esperanza de que le diera vergüenza lo que había hecho la noche anterior. Tomé una distancia tajante. Ni siquiera esbocé una sonrisa», señaló al respecto el joven.

Pero el sacerdote continuó con el acoso, con los comentarios e intentos de tocamientos. Y recordó: «Lloré. El se reía a carcajadas. Pensé en las costumbres del convento y el silencio y aquella prohibición que teníamos de llorar. Cada vez que me levantaba a tomar un elemento, atinaba a querer tocarme».

El joven relató que el pedido del «padre fundador» de que sea él quien lo asistiera se había convertido en un hábito. Y que cada vez que se encontraba en privado con el sacerdote, los episodios tenían lugar y que cada vez se hacían más graves.

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