Las bajas temperaturas no tan solo se sienten afuera del módulo, sino también adentro porque andan abrigadas con mantas y camperas, pero reconocen que están más protegidas que hace cuatro meses cuando el devastador terremoto de 6,4 las dejó en la calle debido a que las paredes de sus viviendas se vencieron. Romina Pérez tiene 37 años y vive sobre calle Aberastain y 15. Su historia dio un giro cuando el 18 de enero vio el desastre con sus propios ojos.
La sanjuanina fue hasta la casa de su tía que vive a unas cuadras del lugar y cuando volvió, junto a sus dos hijos, se encontró con todas sus cosas abajo de los escombros de lo que supieron ser los muros linderos de su hogar. “Los vecinos estaban preocupados porque pensaban que nosotros habíamos quedado debajo de los adobes”, confesó en diálogo con DIARIO HUARPE. Para Romina todo fue cuesta arriba porque seguido al movimiento telúrico llegaron las lluvias que terminaron de enterrar sus sueños de progreso.
La mujer no se quedó de brazos cruzados, aprendió a salir adelante por sus hijos. Durante la última quincena de enero durmió a la intemperie. De a poco iba levantando su casa, aunque el nailon y las paredes remozadas duraron hasta el temporal que se desató a comienzos de marzo. Sus padres se mudaron a un galpón de una finca en la cual trabajan, mientras ella con su hermana se quedaron en ese sector resistiendo junto a sus pequeños para subsistir. Hace 17 años que están ahí y se niegan a abandonar todo.
“Tuvimos que empezar de cero. Hemos iniciado de abajo y ahora todo nos cuesta más. Fue muy triste la noche en la que perdimos todo”, explicó Romina.
A fines de abril les llegó, preventivamente, una solución. Un módulo vino a saldar toda la ausencia de techo que tuvieron durante los primeros días del año, sin embargo no creen que esto sea la respuesta final. El contrato les durará un año y seis meses, pero la familia está ansiosa por tener su casa propia, tal como lo prometieron las autoridades cuando ocurrieron esas contingencias.
La lluvia le arruinó todo
Maira Peruse, de 30 años, está más contenta. Dijo que en este último tiempo experimentó un cambio para mejor. El 1 de marzo su rancho se derrumbó y todas sus pertenencias quedaron enterradas en el barro, mientras que lo único que pudo rescatar, gracias a la ayuda de un efectivo de la Policía y sus vecinos, fue su heladera. En esos días se fue con sus dos hijos al polideportivo pocitano en donde pasó dos semanas. A principios de abril ya tenía su casita de madera en la que pudo planificar su futuro.
“Estoy mejor porque por lo menos ahora no nos llovemos ni pasamos tanto frío. Nosotros nos quedamos sin nada y ahora estamos reconstruyendo de a poquito”, comentó.
Ahora tiene luz, pero carece de agua corriente. El municipio la asiste con algunos tachos de agua, aunque reconoce que solamente el recambio se da lunes y viernes por lo que algunos días se tiene que trasladar hasta la casa de algún otro pariente para higienizar a sus chicos y lavar algunas prendas de vestir.
“En un año y medio espero tener mi casa, realmente no estamos bien en este lugar. El agua es muy indispensable para vivir, pero no tenemos”, concluyó.