Mirá estos imperdibles especiales de stand up en Netflix

El stand-up, ese formato humorístico que requiere tan solo la presencia de un monologuista en el escenario -y la de talento en el monologuista- se inició en los espectáculos de variedades del siglo XIX. Probablemente el primer estandapero famoso haya sido Mark Twain, brillante polemista, periodista y escritor, quien tenía una lucrativa carrera dando conferencias que no resultaban muy distintas de un monólogo de humor. El formato prosperó en la tradición teatral anglosajona y se hizo muy popular a mediados del siglo XX, cuando llegó a la televisión de la mano de Bob Hope y Milton Berle. En la década del 60, cómicos como Lenny Bruce, Mort Sahl o George Carlin empezaron a alejarlo de una acumulación de one-liners y a tensar sus límites, ampliándolos a un conjunto de reflexiones sobre el sexo, la religión, la política o cualquier tema considerado tabú. La cima de su popularidad llegaría un tiempo después, en la década del 70, gracias a Richard Pryor y Steve Martin. En su autobiografía, Born Standing Up, Martin revela que el stand-up le pareció una forma sencilla de ingresar al mundo del espectáculo: «Sentí que era una puerta abierta. Podía armar unos minutos de material y subirme a un escenario esa misma semana». Luego confiesa que no le resultó tan sencillo como creía y que poner a punto su arte le llevó 14 años: «Diez años para aprender y cuatro más para refinar lo que había aprendido». El éxito de Martin, quien logró un nivel de adoración solo comparable al de una estrella de rock, impulsó a otros cómicos a intentar repetir su trayectoria, del stand-up al cine y al estrellato internacional. Algunos, como Eddie Murphy, Robin Williams, Adam Sandler, Whoopi Goldberg o Jim Carrey ciertamente lo lograron.

En la Argentina, el rubro tiene una larga historia, aunque no bajo este nombre. Nadie puede dudar de que Juan Verdaguer o Tato Bores hacían algo indistinguible del stand-up (aunque Tato, en sus monólogos televisivos al menos, lo hacía sentado). Sin embargo, recién en los años 90 apareció una apropiación local del formato norteamericano de la mano de pioneros como el desaparecido Martín Rocco. Además de actuar, Rocco formó a buena parte de la generación de cómicos que surgiría después de la crisis de 2001 y que incluye a figuras como Sebastián WainrachPeto Menahem o Fernando Sanjiao. Así como se expandió por la Argentina, el rubro llegó a todo el mundo. Netflix se nutre de esta cantera global y tiene una amplia oferta de especiales de comedia, producidos especialmente para su pantalla. Esta es una breve selección para ingresar a este estilo de humorismo que no requiere de escenografías elaboradas, elencos masivos o complejos efectos visuales, aunque sí, cuando está bien hecho, de dones bastante más difíciles de obtener como como un notable poder de observación, la capacidad de asociar ideas de modo imprevisible y una gran precisión en el lenguaje. Y nunca está demás que, encima de todo eso, el cómico tenga algo que decir.

Bill Burr, Paper Tiger

Hace más de 25 años que Bill Burr viene desarrollando un intensa actividad en el mundo de la comedia, pero solo recientemente ha cosechado un nivel de reconocimiento acorde con su talento. Paper Tiger es su sexto y más reciente especial de stand-up. Aquí, tal como en los anteriores, ataca cada uno de los tópicos impulsados por el progresismo y la corrección política, cosa que hace sencillo que se lo clasifique como un comediante conservador. Pero más que defender un viejo estado de cosas, Burr hace lo que se supone que debe hacer el mejor humor: exponer la irracionalidad y las arbitrariedades de lo que vemos como (nueva) normalidad. El cómico cuestiona la parcialidad de los dogmas que se impusieron en años recientes, en particular en las relaciones entre hombres y mujeres: «Me molesta mucho cuando las mujeres blancas me reprochan a mí el privilegio blanco. ¡Ustedes están sentadas en el jacuzzi conmigo!» Como es esperable, los comentarios acerca del movimiento MeToo («Creo que a esta altura ya los agarraron a todos, ¿no?») se llevan una buena parte del show. Burr tiene un delivery muy efectivo pero, a veces, sus argumentaciones hacen agua. Su humor está en un lugar incómodo: por un lado es un contraataque necesario a la cultura de la cancelación y la corrección política pero, en algunos momentos, parece hecho desde un lugar ya superado en vez de superador. Con todo, jamás deja de ser osado y, lo más importante, gracioso.

Ricky Gervais, Humanity

Aunque alcanzó la fama después de los 40 años, Ricky Gervais es el niño terrible de la comedia británica, un título que consolidó después de su aparición como anfitrión en la entrega de los premios Globo de Oro 2010. Allí, fue tan despiadado en su burla de las celebridades que recibió críticas de todos lados pero, en especial, de aquellos que se sienten ofendidos por bromas acerca de las «disidencias» sexuales (en ese monólogo hacía referencia a la supuesta homosexualidad de Tom Cruise y, en otros posteriores, a la transición de género de la exatleta Caitlyn Jenner). A pesar de que se asumió que el tenor de esa presentación iba a perjudicar la carrera de Gervais, no solo pasó todo lo contrario sino que fue convocado por los Globo de Oro otras cuatro veces, presumiblemente cuando los organizadores notaron toda la atención recibida. Este especial de stand-up es el primero que registra luego de cuatro de sus cinco participaciones como anfitrión en esos premios, que incrementaron considerablemente su base de seguidores en los Estados Unidos. No hay dudas de que Gervais es un humorista talentoso y de que no hay mayor fan de su talento que él mismo. Durante buena parte de este show, pasa revista a las respuestas ingeniosas que dio en las redes sociales a trolls que lo atacaron por sentirse ofendidos tras alguna de sus intervenciones. Si bien resulta ligeramente incómodo ver al cómico celebrar su propio ingenio, también hay que reconocer que es inapelablemente gracioso. Gervais repasa su participación en los Globo de Oro, su relación con la fama y el dinero, su decisión de no tener hijos y hasta la muerte de su madre, aunque siempre regresa al tema central del monólogo: la defensa de la libertad de expresión.

Anthony Jeselnik, Fire in the Maternity Ward

Este es el cuarto especial de comedia de Anthony Jeselnik. Por un lado, puede ser considerado el más tradicional de los especiales de Netflix, ya que no se trata de un monólogo cargado de reflexiones sobre los temas más debatidos de la actualidad, sino que es una acumulación de one-liners, de chistes cortos y directos, dichos sin pausa al modo de cómicos históricos como Henny Youngman. Al mismo tiempo, son todos de un humor tan negro, tan sórdido, que no pueden ser sino producto del presente. Aunque resultan indudablemente efectivos, la risa muchas veces sale de la incomodidad. Jeselnik escribe sus chistes con gran economía y precisión y parece encontrar el remate más oscuro imaginable para cada premisa.

Jeff Ross y Dave Attell, Bumping Mics

Jeff Ross y Dave Attel pasaron 2018 de gira por los Estados Unidos con un show de improvisación que llamaron Bumping Mics, porque cada vez que a alguno de los dos se le ocurría un remate especialmente gracioso chocaban sus micrófonos, como en una especie de «high five» prostético. La gira concluyó con tres noches consecutivas en el legendario Comedy Cellar de Nueva York, que quedaron registradas en los tres episodios de esta miniserie que documenta el evento.

A diferencia de casi todos los otros especiales de comedia de Netflix, Bumping Mics no es un monólogo sino stand up de la vieja escuela, en el que un cómico (o dos, en este caso) se para en el escenario para enfrentar a su audiencia armado solo con un puñado de one-liners y su velocidad mental. Aquí, luego de atacarse mutuamente, los humoristas se vuelcan hacia el público (donde ocasionalmente hay celebridades como Bruce Willis o Paul Rudd) y demuestran una rapidez inaudita en cada interacción. Jeff Ross es conocido por sus participaciones en los «roasts» de celebridades (shows en los que todo el humor se hace a expensas del famoso «homenajeado»), una actividad en la que es tan eficaz que se ganó el título de «roastmaster general». Dave Attell, por su parte, alcanzó el pico de su popularidad gracias a una serie llamada Insomniac, en la que el cómico recorría la noche de diferentes ciudades del mundo y entraba en diálogo punzante con todo tipo de excéntricos. Ambos son particularmente brillantes en esta faceta de «insult cómics», la habilidad de burlarse impenitentemente de otros, a la que le sacan punta en este show, especialmente cuando la vuelven contra sí mismos.

Sebastián Wainraich. Sebastián Marcelo Wainraich

Sebastián Wainraich es el hombre más trabajador del espectáculo argentino. Sus créditos recientes incluyen, además de su programa diario en FM Metro, el guión y el protagónico del largometraje Una noche de amor, el unipersonal Frágil en teatro, el guion y el protagónico de la comedia de diez episodios Casi feliz y también este especial de stand-up, especialmente realizado, como su comedia, para la pantalla de Netflix. Durante los 50 minutos del show, registrado en Córdoba, Wainraich muestra un excelente vínculo con el público y el inapelable dominio del escenario que le otorgaron las casi dos décadas que lleva haciendo monólogos o espectáculos unipersonales, desde que empezó en Cómico Stand-Up 2, tras ser discípulo y luego colega del recordado Martín Rocco.

Sobre la hipótesis general de que estamos condicionados para que nos cueste mucho más aceptar las cosas buenas que las malas de la vida, Wainraich desgrana con energía un monólogo que va de lo universal a lo personal: pasa revista a la adicción al wifi, a las peculiaridades de las familias de clase media, a los vericuetos verbales de la corrección política o a la culpa que nos generan incluso los pequeños placeres (como tomar una gaseosa del frigobar de un hotel) para llegar a las relaciones de pareja y a su propia paternidad. Aunque el texto está plagado de observaciones ingeniosas, Wainraich también tiene el necesario dominio del género para, mediante gestos e inflexiones verbales, hacer gracioso incluso aquello que, dicho por otro, resultaría neutro. Ya sea como actor o como guionista, muestra oficio y talento en partes iguales.

Fuente: La Nación

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